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La nueva identidad en la comunidad educativa

Por Lissete Reyes Rojas

Máster en Neuropsicología en el ámbito educativo

Para Mundoprofes


La complejidad de nuestra era invita a una reformulación apremiante respecto de los roles, la identidad, los contenidos, las habilidades y las competencias a desarrollar en el aula. La pandemia, la “nueva presencialidad”, el desarrollo de los programas de estudio se enfrentan a la inmediatez propia y característica de nuestro sistema de vida que confluye con la velocidad en la que se desarrollan las tecnologías, el impacto sociocultural de las redes sociales, y el grado de “violencia” que persiste en nuestra sociedad, todo lo cual representa un desafío para todos los participantes del proceso de enseñanza-aprendizaje.


La “escuela” como se conocía va desapareciendo acérrimamente, mas se sostiene el currículo escolar, la misión y visión, y la descripción del perfil de sus actores. Esta contradicción es palpada por la sociedad generando incertidumbre y pérdida de identidad, en donde situaciones vinculantes con el ejercicio de violencia, o la discriminación de género, se “justifican” erradamente en la pandemia. Hoy la escuela está en mira de todos, y precisamente es donde todos debemos asumir la cuota de responsabilidad correspondiente. Sin embargo, los eventos escolares de los que hemos sido testigo por medio de los medios de comunicación representa sólo la punta del iceberg histórico, pues es una realidad que proviene desde hace décadas atrás. La diferencia es que hoy, al fin, comienza a tener mayor visibilización y comienza a existir un pronunciamiento a nivel de políticas educacionales.



Para dar respuesta efectiva a las problemáticas que la comunidad educativa se está viendo sometida debemos partir por preguntarnos por la construcción de identidad de los protagonistas de esta historia: ¿Quién es el docente de nuestra era? ¿Cómo es, cuál es su rol, qué hace y no hace… su definición de identidad? ¿Cuáles son las características de los estudiantes de hoy en día? ¿Qué ha ocurrido con sus capacidades cognitivas, con su motivación? ¿De qué manera la participación activa - y muchas veces errada - por parte de sus padres o apoderados influyen de forma negativa/positiva en su proceso de enseñanza - aprendizaje? ¿Cómo lograr sostener la motivación en el aula y generar aprendizaje? ¿Qué rol asume la tecnología? ¿Es un aliado o un mortal enemigo?


Diversos paradigmas pedagógicos han intentado establecer una serie de soluciones para las problemáticas que han detectado en sus contextos: Montessori (Italia, fines del siglo XIX), Dewey (Estados Unidos, siglo XIX), Ausebel (Estados Unidos, principios del siglo XX), Freire (Brasil, siglo XX), Mistral (Chile, siglo XX)... por nombrar algunos. Cada una de las teorías pedagógicas que han emergido son una consecuencia de las necesidades socioculturales y el contexto histórico en el que se sitúan. Y cada uno de sus precursores resulta ser un sujeto transformador y un constructor de cambios.


Hoy la neurociencia nos entrega datos empíricos respecto a la necesidad de establecer un nuevo paradigma, de focalizar el proceso de enseñanza-aprendizaje en elementos como la motivación, la diversidad, la heterogeneidad, la oportunidad basada en la multiplicidad de estímulos para el sujeto, el protagonismo. El “ser” entendiéndolo como escuela, como educador y como educando es un sujeto más plástico, diferenciador, estimulante que no teme a la creatividad ni al desafío.


“La educación ayuda a la persona a aprender a serlo que es capaz de ser” (Hesíodo)

Vicente Huidobro (1916) ya caracterizaba nuestra época en su poema Arte Poética publicada en El espejo de agua como “el ciclo de los nervios”. Precisamente, la velocidad con que las tecnologías y los diversos avances científicos han dejado anonadada a nuestro sistema social, en donde muchos no logran comprender un avance y ya debe manejar su versión 2.0. Esto ha afectado en la definición de la identidad profesional del docente, y en la construcción del perfil del estudiante que deseamos que se desenvuelva en el sistema educativo, situando a sus principales actores en la incertidumbre: ¿Quién y cómo debo ser? Y dejando abierta una pregunta más potente aún: ¿Qué se espera de mí?... como profesional… como estudiante.


Amanda Céspedes (2017) se refirió a esta característica en su obra Tu cerebro. Un libro para adolescentes (y para quienes dejaron de serlo) exponiendo que esto nos habría llevado a la “pérdida del sentido”. Precisamente, la neurociencia nos revela la importancia de sostener y ser conscientes respecto de nuestra identidad. Esto es expuesto como uno de los principales lineamientos respecto de qué es la neurociencia y hacia dónde apunta. En el texto Módulo Neurociencia: Explorando la mente y la educación publicado por Ceupe (2020) se plantea que:

La Neurociencia nos ayuda a comprender uno de los aspectos más relevantes: la comprensión del rol que desempeña el cerebro en nuestra historia biográfica y cómo el ser humano confronta el dilema de la existencia. (Ceupe, 2020: 4)

Por lo tanto, si las características propias de nuestra era nos han llevado a esta pérdida del sentido, en donde se carece de conciencia respecto de la identidad personal y colectiva… ¿Cómo educar en este contexto? Evidentemente se ha perdido un norte sustancial, pues en términos educacionales estamos exigiendo a adolescentes - que aún están en pleno proceso de autodescubrimiento y validación social - que sean conscientes de su ser, de lo que los rodea y que proyecten su identidad a un perfil ideal que responde a características y necesidades socioculturales e históricas que distan en décadas de su realidad, y que por lo demás, requiere de una reeducación parental.

Desde esta perspectiva, se torna perentorio tener claridad respecto de las expectativas tanto a nivel profesional como el quehacer del estudiante dentro de su comunidad educativa, comprendiendo que existen límites que no pueden ser tomados a la ligera, ni mucho menos justificarse bajo una perspectiva de infantilización, pues una cosa es clara: somos corresponsables y seres sociales. Es preciso asumir con responsabilidad esta consciencia social del ser y comprender que existen límites que no deben socavarse bajo ninguna circunstancia; y al mismo tiempo, esclarecer finalmente cuál es rol del docente dentro de la comunidad educativa, pues no debemos olvidar ni perder de vista que somos los padres los primeros en educar y en contribuir en la identidad de nuestros hijos e hijas.

En este sentido, y a partir de lo señalado en los apartados anteriores, la importancia de realizar un escáner social y detectar las necesidades va más allá de construir una visión crítica: es la tarea que tenemos para postular soluciones enraizándonos a lo esencial: el ser. No por nada tenemos publicidad que apunta a la identidad, a la búsqueda del placer, a disfrutar; no por nada se han popularizado actividades al aire libre, el yoga, las páginas webs, revistas y artículos que apuntan al autoconocimiento. Incluso los memes están en ello.


Desde esta perspectiva es natural que debamos fluir con el vertiginoso cambio y velocidad de nuestra era, mas la neurociencia nos invita a detenernos, a autodescubrirnos, a reconectarnos con nuestras emociones, a construir conocimiento de forma colectiva sin dejar de lado nuestra respectiva individualidad y particularidad. Y la práctica pedagógica, la escuela y su comunidad, no pueden estar exentos de esta oportunidad.


Referencia Bibliográfica


Céspedes, A. (2017). Tu cerebro. Un libro para adolescentes (y para quienes dejaron de serlo). Penguin Random House Grupo Editorial, Ltda. Santiago de Chile, Chile.

CEUPE (2020). Neurociencia en la educación: neuropedagogía.

CEUPE (2020). Neurociencia: Explorando la mente y la educación


 
Créditos del artículo: Lissete Reyes Rojas, Máster en Neuropsicología en el ámbito educativo
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